jueves, 30 de agosto de 2012

Cuatro

Me siento frágil y, además, fracturada. Como probablemente se sienta la copa que se raja y la grieta lejos de tener chances de retroceder y achicarse avanza hasta hacerla trizas. También, como esa copa rajada, mi momento de estallar en mil pedazos es azaroso.
Quién sabe en qué manos, con qué labios, la fractura hará ceder al cristal y se astillarán las manos y la boca, y el cristal y el líquido de mi alma será un derrame de sentimientos mezclados con coraza?
Me siento frágil. No, débil no. Porque la fragilidad me alimenta y eso me energiza. Pero, sí, fragilísima. Tus respiraciones que entran y salen y nunca se acercan lo suficiente como para que yo entienda verdaderamente a qué sabe tu aliento me agrietan aún más. Entonces, lloro.
En la ducha, sacándome del cuerpo los restos del cuerpo de otro -que no sos vos- o mientras vuelvo del trabajo. O, a veces, cuando leo poesía y eso se une como imantado a la imagen de tu cara. Asociaciones directas y, yo, lloro. 

Así es la grieta, esa evidencia concreta de lo que ya no depende de nadie; aunque no uses más la copa -mi corazón-, un día y sin motivo aparente de todas formas estallará.

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